Al igual que en muchas haciendas, su historia es conocida más por la tradición oral que por la documentación impresa. Así es como sabemos que entre los propietarios de esta hacienda se encontraron Don Felipe y Don Juan Lara. Posteriormente la hacienda quedó bajo el cuidado de un hermano de ellos, Don Emilio Lara Soria quien posteriormente delegaría esta responsabilidad a su hijo Emiliano Lara Capetillo y sus hermanos. Los hermanos Lara Capetillo vendieron después la hacienda a los señores Pérez Uribe y Pasos Peniche, ambos gerentes del extinto Banco del Ejido. Finalmente, en 1954, es rescatada por Don Julio Laviada, quien invierte dos meses de tiempo completo para limpiar el terreno y restaurarla. Aproximadamente, en 1988, su hija la vendería a Don Alejandro Patrón, actual propietario.
La producción iniciaba con el corte de las hojas de henequén. Esta actividad se llevaba a cabo en los planteles en donde se encontraba sembrado el agave. Cada plantel era identificado por su respectivo nombre, estos nombres eran puestos por el propietario en turno y muchas correspondían a nombres de familiares o seres queridos. Los nombres de los planteles eran: Antonio, Victoria, Jaime, María, María pequeña, Andrés, San Pablo, Juan, René, Josefina, Pedro, Tamarindo, Alfonso, Isabel, Elia, Felipe y San Carlos. Estos planteles sumaban una extensión territorial de aproximadamente 500 hectáreas. Cada plantel contaba con su propio circuito de vías angostas por las cuales circulaban las plataformas o los trucks jalados por mulas que ayudaban en el traslado de las hojas hasta el cuarto de máquinas. Estos circuitos no eran fijos, ya que esos mismos eran usados para posteriormente trasladar el bagazo, que dejaba el henequén, a los lugares de secado. A la actividad de cambiar los circuitos para ubicarlos en nuevos caminos se le conoce como “Hacer la vía”. En el interior de la hacienda existe un poco más de 20 kilómetros de rieles de vía angosta.
El sosquil permanecía de 12 a 24 horas en los tendederos, dependiendo de la intensidad del sol que hubiera durante el día. Los tendederos eran terrenos donde se encontraban organizados alambres en donde se colgaba la fibra para su secado. A cada alambre también se le conocía de la misma forma: tendedero. Cada tendedero llevaba hasta 5 rollitos de sosquil. Una vez seco, el sosquil era recolectado y amarrado en rollos. Estos rollos eran llevados al almacén y de ahí a su destino final, que podía ser: pacas o sogas. Para realizar las pacas se usaba una prensa de madera que entregaba paquetes de entre 170 y 200 kilos de peso. Ni más, ni menos. Una alteración en ese peso podría ser indicio de por ejemplo, que el sosquil esté mojado y debido a eso pese más. De esta función se encargaba el supervisor de pacas. Finalmente, un camión entraba a la hacienda y se llevaba las pacas producidas.
La Hacienda Poxilá es poseedora de una enigmática belleza que combina una intensa presencia de la naturaleza con el magnífico celo con que se ha cuidado cada detalle en su interior. Pareciera que apenas ayer hubiera dejado de funcionar. Su cuarto de máquinas intacto, aún deja ver detalles que el tiempo no ha podido borrar. Aún puede verse las rutas de la vía angosta recorrer los circuitos en los planteles que al final, convergen en la casa principal. En su interior, se puede disfrutar de lo majestuoso de dos pirámides mayas, que, según arqueólogos, tienen más de 400 años de antigüedad.
El museo de la moneda nos permite conocer cómo eran los vales con los que se les pagaba a los trabajadores, así como una exquisita colección de billetes antiguos. El cuarto principal, conserva la gran mayoría de sus muebles originales y sus candiles iluminan la historia encerrada en sus paredes.
Después de conocer Poxilá, la vida se ve de otra manera. El pasado entra en las venas a través de los recuerdos y de una experiencia sensible con la naturaleza. La hacienda Poxilá, es sin duda, una de las más hermosas que se encuentran en Umán.
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